el teléfono sono a eso de las seis treinta de la tarde o siete, era mi último amigo prácticamente el que llamaba, Arturo, sal de tu cueva, me decía, necesitas conocer gente, olvidar lo qué pasó, después de todo, tampoco es para morirse. Y es que prácticamente llevaba ‘un mes encerrado en mi departamento, sin más salida que las básicas para buscar comida y algo de beber, de hecho, mucho de beber. Mi último contacto con el mundo externo era precisamente mi amigo Arturo. El dolor era tan insoportable en aquellos días, que abrir los ojos era un reto, mis días terminaban de madrugada y mis mañana arrancaban después de las dos de la tarde. Me preguntaba constantemente, por qué? Que hice mal? Donde me equivoque? Por que me trato así? Repasaba cada día y cada momento sin entender el por qué, hoy comprendo que por esos días tenía puesta mi vida en aquella relación, la cual terminó abruptamente una tarde de septiembre de la manera más ruin. Di todo, me quede sin nada, devastado y amargado por completo, fueron cuatro años tirados a la basura. El primer día desperté sin nada, no era nadie, no tenía rumbo, no tenía respuestas, no quería esta vida y me sentía tan sólo que no tenia la fuerza ni siquiera para tomar el mando de la televisión.
Pero aquella tarde, me levanté de nuevo, las palabras de Arturo tuvieron eco, a las ocho de la noche estaba arriba de su convertible y sentí el viento pegándome en la cara, diciéndome, estás vivo, siempre se puede empezar de nuevo, ánimo! Aquella noche conocí a la mujer con la sonrisa más hermosa del mundo, aquella noche volví a ser yo.
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